Autoevaluación de riesgos paso a paso
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Cómo entender, medir y fortalecer la gestión de riesgos en tu entidad
Toda entidad —sin importar su tamaño o rubro— enfrenta riesgos.
Pero solo algunas logran gestionarlos de forma efectiva, porque no se limitan a tener un documento, sino que aplican una metodología ordenada, práctica y continua: la autoevaluación de riesgos.
Este proceso permite identificar qué tan expuesta está la organización, dónde están las debilidades y cómo priorizar acciones de mejora. A continuación, te explico cómo hacerlo paso a paso.
1. Define el alcance y los objetivos
Antes de comenzar, es fundamental establecer qué se va a evaluar y para qué.
No es lo mismo una autoevaluación general del sistema LA/FT que una revisión puntual de un área o proceso.
Pregúntate:
- ¿Qué quiero conocer? (Ej. exposición al riesgo de clientes o efectividad de los controles).
- ¿Qué procesos, productos o canales están incluidos?
- ¿Qué período de tiempo abarca la evaluación?
Definir el alcance evita dispersión y permite enfocar los esfuerzos donde realmente importa.
2. Identifica los riesgos inherentes
El siguiente paso es reconocer los riesgos naturales de la entidad, es decir, los que existen antes de aplicar controles.
En prevención de LA/FT, los factores más comunes son:
- Tipo de clientes: particulares, empresas, PEPs, organizaciones sin fines de lucro.
- Productos y servicios: cuentas, préstamos, remesas, transferencias internacionales.
- Canales de distribución: presencial, digital, corresponsales, intermediarios.
- Zonas geográficas: países o regiones con diferente nivel de riesgo.
Cuanto más amplias y complejas sean estas variables, mayor será el nivel de exposición inicial.
3. Evalúa los controles existentes
Una vez identificados los riesgos, hay que analizar qué controles existen y qué tan eficaces son.
Esto incluye políticas, procedimientos, sistemas tecnológicos y la capacitación del personal.
Aquí se trata de evaluar no solo la existencia del control, sino su efectividad real:
¿Se aplica de forma constante? ¿Se documenta correctamente? ¿Reduce el riesgo o solo lo aparenta?
Un control que existe pero no se cumple equivale a no tenerlo.
4. Determina el riesgo residual
El riesgo residual es el nivel de riesgo que permanece después de aplicar los controles.
Se calcula combinando la probabilidad de ocurrencia con el impacto potencial.
Por ejemplo: si una entidad atiende a clientes extranjeros pero tiene un proceso sólido de debida diligencia, el riesgo residual será moderado.
La clave es clasificar cada riesgo (alto, medio o bajo) con criterios objetivos y coherentes.
5. Documenta y justifica tus resultados
Todo el proceso debe quedar registrado.
Una buena autoevaluación incluye:
- Matriz de riesgos con sus controles.
- Evidencia de revisión.
- Criterios de calificación.
- Conclusiones y plan de acción.
La documentación no es un formalismo: es la prueba ante auditores y reguladores de que la entidad conoce sus riesgos y los gestiona activamente.
6. Planifica las mejoras
El propósito de la autoevaluación no es solo medir, sino mejorar.
Cada debilidad identificada debe transformarse en una acción concreta con responsable y fecha.
Por ejemplo: fortalecer la debida diligencia, actualizar matrices, capacitar personal o automatizar controles.
Un plan de acción claro convierte el diagnóstico en resultados.
7. Repite y actualiza periódicamente
Los riesgos cambian con el tiempo: nuevos productos, cambios regulatorios o contextos económicos modifican la exposición.
Por eso, la autoevaluación no debe ser un ejercicio único, sino un proceso recurrente, al menos una vez al año o cada vez que haya cambios relevantes.
Conclusión
La autoevaluación de riesgos es mucho más que una obligación: es una herramienta estratégica para proteger la estabilidad, la reputación y la continuidad de la entidad.
Aplicada de forma sistemática, permite anticiparse a los problemas, fortalecer controles y demostrar ante cualquier auditoría que la gestión del riesgo no es un documento estático, sino un proceso vivo y en constante mejora.
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